Movimiento antiglobalización en Seattle (1.999) |
Si bien la globalización es, pues, definida por sus más acérrimos detractores como un proceso cuanto menos negativo para la existencia humana, vivo símbolo de la rendición de los países más pobres y de su subyugación a los estados más ricos, hay quienes discreta y honestamente se posicionan a favor del proceso globalizador, y también de su máxima expresión en el plano económico: el libre mercado.
Un primer argumento en defensa de la globalización
En un reciente artículo publicado en The Economist se explicaba cómo un estudio realizado en cuarenta países había demostrado que los consumidores más ricos perderían en torno al 28% de su poder adquisitivo si la respectiva autoridad gubernamental decidiera aplicar políticas proteccionistas. Un dato nada desdeñable, a decir verdad, pero ¿y los pobres? El estudio afirmaba que podrían llegar a perder hasta el 63% de la renta de la que disfrutaban en ese momento. Claro punto a favor de la globalización.
Por otra parte, la historia nos ha enseñado que el proteccionismo no suele ser, ni de lejos, la mejor opción. Un caso notable es, por ejemplo, la China de Mao Zedong, donde el aislamiento con respecto a la comunidad internacional, sumado a las deporables políticas de colectivización ejecutadas por el Gran Timonel, llevaron al gigante asiático a la pobreza, a la penuria y a la indigencia. Solo después de la muerte del dictador chino daría el país ese esperadísimo "gran salto adelante", abriéndose progresivamente a los mercados internacionales, promoviendo políticas exportadoras y atrayendo a inversores extranjeros, hasta el punto de convertirse en la segunda potencia mundial, justo por detrás de EEUU, y postulándose como su futuro sucesor al frente de la hegemonía internacional.
Alberto Ullastres (izquierda) y Mariano Navarro Rubio (derecha),
tecnócratas protagonistas del proceso de apertura de la
economía española
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Por otra parte, cuando hablamos de globalización, es necesario referirse también a la inmigración. La globalización implica, por definición, el desplazamiento de personas a través de los distintos países. En el período comprendido entre 1.965 y 1.990, la mano de obra extranjera se incrementó en todo el mundo en torno a un 50%. Otro estudio mencionado también en el ya citado artículo de The Economist revelaba cómo los inmigrantes europeos residentes en el Reino Unido desde el año 2.000 han dejado más de 20.000 millones de libras (34.000 millones de dólares estadounidenses) en las arcas públicas británicas. Además de los múltiples beneficios económicos que la inmigración puede traer consigo -la ocupación de puestos de baja cualificación no cubiertos por los trabajadores nacionales o la contribución a la tributación son algunos de ellos-, el trasvase de personas de un país a otro desemboca en la creación de un peculiar crisol de pueblos que contribuye, sin lugar a dudas, al enriquecimiento cultural de un país.
Con todo, no podemos olvidarnos de los aspectos negativos de la globalización. La globalización se ha mostrado como un proceso muy poco respetuoso con el medio ambiente, que claramente entorpece las posibilidades de alcanzar una cultura económica y un tejido productivo fundamentados en el desarrollo sostenible. Es necesario, por tanto, una mejora inmediata en este aspecto, implicando esto la búsqueda y el desarrollo de energías alternativas que supongan el cese del deterioro medioambiental y de la polución desenfrenada.
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