sábado, 1 de octubre de 2016

SOBRE LA GLOBALIZACIÓN

El imparable y cada vez más acelerado desarrollo de las tecnologías ha dado lugar a uno de los fenómenos más sonados del mundo actual: la globalización. La globalización es un proceso que está, sin lugar a dudas, a la orden del día, consistente en la integración de todos -o casi todos- los países del mundo en un único gran mercado mundial, propiciado por el aumento de los flujos de capital y las transacciones internacionales. El proceso globalizador, no obstante, suscita reproches y críticas negativas con más que relativa frecuencia, siendo desencadenante de recurrentes manifestaciones en protesta de lo que muchos consideran la más perniciosa pandemia del siglo XXI.
Movimiento antiglobalización en Seattle (1.999)

Si bien la globalización es, pues, definida por sus más acérrimos detractores como un proceso cuanto menos negativo para la existencia humana, vivo símbolo de la rendición de los países más pobres y de su subyugación a los estados más ricos, hay quienes discreta y honestamente se posicionan a favor del proceso globalizador, y también de su máxima expresión en el plano económico: el libre mercado.

Un primer argumento en defensa de la globalización


es la mejora del nivel y de la calidad de vida. Muchos al escuchar esto se llevarían las manos a la cabeza, preguntándose en qué clase de lógica es posible basarse para llegar a esta disparatada conclusión. Piensan los antiglobalistas que se trata de un proceso que solamente beneficia a las clases altas, a una minoría poderosa y a una casta acaudalada, a una élite propietaria de exorbitantes empresas que se aprovecha de los que menos tienen. A estas punzantes reprobaciones se contrapone, sin embargo, un punto de vista radicalmente opuesto: la globalización puede mejorar la vida de todos, y en especial a las rentas más bajas.

En un reciente artículo publicado en The Economist se explicaba cómo un estudio realizado en cuarenta países había demostrado que los consumidores más ricos perderían en torno al 28% de su poder adquisitivo si la respectiva autoridad gubernamental decidiera aplicar políticas proteccionistas. Un dato nada desdeñable, a decir verdad, pero ¿y los pobres? El estudio afirmaba que podrían llegar a perder hasta el 63% de la renta de la que disfrutaban en ese momento. Claro punto a favor de la globalización.

Por otra parte, la historia nos ha enseñado que el proteccionismo no suele ser, ni de lejos, la mejor opción. Un caso notable es, por ejemplo, la China de Mao Zedong, donde el aislamiento con respecto a la comunidad internacional, sumado a las deporables políticas de colectivización ejecutadas por el Gran Timonel, llevaron al gigante asiático a la pobreza, a la penuria y a la indigencia. Solo después de la muerte del dictador chino daría el país ese esperadísimo "gran salto adelante", abriéndose progresivamente a los mercados internacionales, promoviendo políticas exportadoras y atrayendo a inversores extranjeros, hasta el punto de convertirse en la segunda potencia mundial, justo por detrás de EEUU, y postulándose como su futuro sucesor al frente de la hegemonía internacional.

Alberto Ullastres (izquierda) y Mariano Navarro Rubio (derecha),
tecnócratas protagonistas del proceso de apertura de la
economía española
Otro ejemplo de cómo puede el proteccionismo paralizar y estancar a un país lo encontramos, sin ir más lejos, aquí, en España. Una vez acabada la Guerra Civil, Franco buscó reconstruir nuestro pertrechado país a través del intervencionismo y de la autosuficiencia, abrazando para ello el sistema autárquico, limitando al mínimo las relaciones comerciales con el resto de países y tratando de sobrevivir única y exclusivamente por medio del autoabastecimiento. El resultado final fue desastroso: una nación aún más pobre que al finalizar la guerra, que no recuperaría el nivel de su renta nacional y per cápita hasta bien entrados los años cincuenta -según el historiador económico Carlos Barciela-, y con una población que esperaba larguísimas colas bajo el sofocante sol para hacerse con una barra de pan. Para colmo, la deuda pública se había incrementado sustancialmente, así como el déficit comercial de la balanza de pagos. A partir de 1959, con la entrada en vigor del Plan de Estabilización, la situación cambió por completo. Los nuevos ministros de Franco -los llamados "tecnócratas"- creían del todo necesario llevar a cabo una profunda reforma de la política económica española. La liberalización de la economía y la apertura trajeron consigo un período de progreso económico durante los años sesenta, traducido en un aumento de las rentas de las clases medias y bajas, en el superávit de la balanza de pagos, en una reducción de la inflación, en la incorporación de nuevas tecnologías y en un aumento del turismo y de la inversión exterior en España, entre otras mejoras destacables.

Por otra parte, cuando hablamos de globalización, es necesario referirse también a la inmigración. La globalización implica, por definición, el desplazamiento de personas a través de los distintos países. En el período comprendido entre 1.965 y 1.990, la mano de obra extranjera se incrementó en todo el mundo en torno a un 50%. Otro estudio mencionado también en el ya citado artículo de The Economist revelaba cómo los inmigrantes europeos residentes en el Reino Unido desde el año 2.000 han dejado más de 20.000 millones de libras (34.000 millones de dólares estadounidenses) en las arcas públicas británicas. Además de los múltiples beneficios económicos que la inmigración puede traer consigo -la ocupación de puestos de baja cualificación no cubiertos por los trabajadores nacionales o la contribución a la tributación son algunos de ellos-, el trasvase de personas de un país a otro desemboca en la creación de un peculiar crisol de pueblos que contribuye, sin lugar a dudas, al enriquecimiento cultural de un país.

Con todo, no podemos olvidarnos de los aspectos negativos de la globalización. La globalización se ha mostrado como un proceso muy poco respetuoso con el medio ambiente, que claramente entorpece las posibilidades de alcanzar una cultura económica y un tejido productivo fundamentados en el desarrollo sostenible. Es necesario, por tanto, una mejora inmediata en este aspecto, implicando esto la búsqueda y el desarrollo de energías alternativas que supongan el cese del deterioro medioambiental y de la polución desenfrenada.


En definitiva, la globalización conduce ineludiblemente a la multiculturalidad, a la ampliación de conocimientos, a la llegada de nuevas tecnologías y al incremento de la mano de obra. La globalización es, al fin y al cabo, un proceso inevitable en tanto que el ser humano tiene la intrínseca necesidad de evolucionar intelectualmente, de crecer y de superarse.

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