martes, 29 de noviembre de 2016

POPULISMO, PROTECCIONISMO Y EL DESASTRE AL QUE NOS ENFRENTAMOS

No es una novedad. Tampoco una sorpresa. Es, casi con toda seguridad, la palabra más sonada en los informativos, noticas y telediarios del momento. El populismo está de moda, y ahora más que nunca. La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses hace hoy tres semanas no ha hecho más que corroborar el auge que en la actualidad están experimentando los populismos.

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La victoria de Donald Trump deja abierta la siguiente pregunta: ¿Es posible
que tengan cabida los populismos también en Europa?
La definición del término populismo, sin embargo, no deja de seguir siéndonos difusa y muy heterogénea en tanto que sometida a múltiples interpretaciones y puntos de vista. De ese gran cúmulo de dispares y variopintas definiciones, me atrevo, no obstante, a dar mi propia definición de populismo, la que considero más acertada. El populismo es la tendencia -en este caso política- que busca atraerse el apoyo de las clases populares -y no tan populares- mediante un discurso deshonesto y falaz, culpando siempre a un tercero, a una casta o élite la mayor parte de las veces minoritaria, de los males de la sociedad. Y a esta definición se ajustan los programas e idearios de numerosos grupos políticos.
Desde el Frente Nacional francés hasta el UKIP británico, pasando por Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad de Austria, el Movimiento 5 estrellas italiano o Podemos en España, todos estos partidos han destacado por el marcado ápice populista de su discurso, ya sea de derechas o de izquierdas -bien sabe el lector que los extremos, al final, se tocan-.
Pero existe un elemento ulterior, esencial, al que no me he atrevido a aludir en mi definición de populismo pese a estar presente en todos los programas de los partidos anteriormente citados. Hablo del proteccionismo económico.
De izquierda a derecha: Marine le Pen, del Frente Nacional francés;
Pablo Iglesias, de Podemos; Nigel Farage, de UKIP;
y Beppe Grillo, del Movimiento 5 Estrellas italiano.

En efecto, cual Sancho Panza a Don Quijote, el proteccionismo económico y la aversión al libre comercio se han convertido en los más fieles escuderos de los parlanchines líderes populistas, y en el centro de gravedad de su áspera, vasta y empalagosa retórica. La crítica a la globalización como saqueadora de las rentas nacionales y como responsable en cubierto de la generalizada situación de crisis de la que adolecemos es común a todos ellos. La diferencia entre ambos extremos -extrema derecha y extrema izquierda- hará en este caso referencia, más bien, a ese tercero al que culpar al que ya mencioné en mi definición de populismo, a ese chivo expiatorio al que achacar e imputar la nefasta y deplorable situación del país que corresponda. Para los populistas de extrema derecha, son los inmigrantes los que, llegados muchas veces ilegalmente al país, roban el empleo nacional, sin perder ripio del excepcional Estado del Bienestar del que gozamos en occidente, principalmente en Europa. Para los de extrema izquierda, son los ricos los que, aprovechándose del tirón de la globalización, incrementan sus beneficios a costa de la explotación de la clase obrera, pareciendo no entender estos individuos de la izquierda radical que la riqueza, por mucho que se empeñen, nunca será una tarta cuyos trozos hayan de ser igualitaria y proporcionalmente distribuidos entre la población, y que no puede crecer más, de tal forma que la riqueza de unos conduce ineludiblemente a la pobreza de otros. Pero, insisto una vez más, para ambos la esencia última de los problemas se encuentra en la globalización y en el libre mercado, culpable, por un lado, de la “libre” circulación de personas de un Estado a otro; y, por el otro, de que los ricos sean cada vez más ricos.
Que no se molesten, pues, los amigos de Podemos cuando ingeniosamente se haga referencia a su evidente parecido con Trump en lo que a las críticas al libre comercio y adopción de posturas proteccionistas se refiere. Bien podría haber yo caído en el engaño hipnotizador de estos expertos demagogos, de suerte que mi entrada no se llamaría así, sino quizás “La globalización: principio y final de todos los males del sistema”, y el matiz de mi escrito ser radicalmente distinto. Pero gracias a Dios no ha sido así. Ahora solo cabe esperar que el populismo proteccionista de Podemos y compañía no haga demasiados estragos en nuestro país. No nos dejemos llevar por esta corriente populista, mal endémico de nuestra sociedad actual. Nademos, más bien, a contracorriente, aunque sea más difícil, y permanezcamos fieles a nuestra convicción de que es el libre mercado -y no el proteccionismo, el encerrarse un país en sí mismo- el que permite inapelablemente alcanzar el máximo bienestar del conjunto de la sociedad.

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