No es una novedad. Tampoco una sorpresa. Es, casi con toda
seguridad, la palabra más sonada en los informativos, noticas y telediarios del
momento. El populismo está de moda, y ahora más que nunca. La victoria de
Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses hace hoy tres semanas no ha hecho más que corroborar el auge que en la actualidad están
experimentando los populismos.
La victoria de Donald Trump deja abierta la siguiente pregunta: ¿Es posible
que tengan cabida los populismos también en Europa?
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Desde el Frente Nacional francés hasta el UKIP británico,
pasando por Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad de Austria, el
Movimiento 5 estrellas italiano o Podemos en España, todos estos partidos han
destacado por el marcado ápice populista de su discurso, ya sea de derechas o
de izquierdas -bien sabe el lector que los extremos, al final, se tocan-.
Pero existe un elemento ulterior, esencial, al que no me he
atrevido a aludir en mi definición de populismo pese a estar presente en todos
los programas de los partidos anteriormente citados. Hablo del proteccionismo
económico.
De izquierda a derecha: Marine le Pen, del Frente Nacional francés;
Pablo Iglesias, de Podemos; Nigel Farage, de UKIP;
y Beppe Grillo, del Movimiento 5 Estrellas italiano.
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En efecto, cual Sancho Panza a Don Quijote, el
proteccionismo económico y la aversión al libre comercio se han convertido en los
más fieles escuderos de los parlanchines líderes populistas, y en el centro de
gravedad de su áspera, vasta y empalagosa retórica. La crítica a la
globalización como saqueadora de las rentas nacionales y como responsable en
cubierto de la generalizada situación de crisis de la que adolecemos es común a
todos ellos. La diferencia entre ambos extremos -extrema derecha y extrema
izquierda- hará en este caso referencia, más bien, a ese tercero al que culpar
al que ya mencioné en mi definición de populismo, a ese chivo expiatorio al que
achacar e imputar la nefasta y deplorable situación del país que corresponda. Para los
populistas de extrema derecha, son los inmigrantes los que, llegados muchas
veces ilegalmente al país, roban el empleo nacional, sin perder ripio del
excepcional Estado del Bienestar del que gozamos en occidente, principalmente
en Europa. Para los de extrema izquierda, son los ricos los que, aprovechándose
del tirón de la globalización, incrementan sus beneficios a costa de la
explotación de la clase obrera, pareciendo no entender estos individuos de la
izquierda radical que la riqueza, por mucho que se empeñen, nunca será una tarta
cuyos trozos hayan de ser igualitaria y proporcionalmente distribuidos entre la
población, y que no puede crecer más, de tal forma que la riqueza de unos
conduce ineludiblemente a la pobreza de otros. Pero, insisto una vez más, para
ambos la esencia última de los problemas se encuentra en la globalización y en
el libre mercado, culpable, por un lado, de la “libre” circulación de personas
de un Estado a otro; y, por el otro, de que los ricos sean cada vez más ricos.
Que no se molesten, pues, los amigos de Podemos cuando
ingeniosamente se haga referencia a su evidente parecido con Trump en lo que a
las críticas al libre comercio y adopción de posturas proteccionistas se refiere. Bien podría haber yo caído en el engaño hipnotizador de
estos expertos demagogos, de suerte que mi entrada no se llamaría así, sino
quizás “La globalización: principio y final de todos los males del sistema”, y
el matiz de mi escrito ser radicalmente distinto. Pero gracias a Dios no ha
sido así. Ahora solo cabe esperar que el populismo proteccionista de Podemos y
compañía no haga demasiados estragos en nuestro país. No nos dejemos llevar
por esta corriente populista, mal endémico de nuestra sociedad actual. Nademos, más bien, a contracorriente, aunque sea más
difícil, y permanezcamos fieles a nuestra convicción de que es el libre mercado
-y no el proteccionismo, el encerrarse un país en sí mismo- el que permite
inapelablemente alcanzar el máximo bienestar del conjunto de la sociedad.
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