lunes, 26 de diciembre de 2016

POR QUÉ LA ESTANFLACIÓN ACABÓ CON KEYNES

"We now have the worst of both worlds-not just inflation on the one side or stagnation on the other side, but both of them together. We have a sort of "stagflation" situation" (Tenemos ahora lo peor de ambos mundos-no solamente inflación por un lado y estancamiento por el otro, sino ambos a la vez. Tenemos una especie de "estanflación").
Ian Macleod, a quien se atribuye la acuñación
del término "estanflación". Original aquí
Con esta frase pronunciada ante el Parlamento británico en 1965, el por entonces ministro de Finanzas del Reino Unido, Ian Macleod, acuñaba el término de estanflación para referirse a una situación nunca antes recordada en la historia de la economía mundial: la combinación de inflación y estancamiento económico al mismo tiempo, situación que trastocaría profundamente los incuestionables credos de la economía de la época.

En el período comprendido entre 1945 -año en el que finaliza la Segunda Guerra Mundial- y 1973, Keynes se convirtió en el más influyente economista de cuantos hasta ese momento se recordaban, siendo elevado a una especie de director espiritual de la economía mundial. Las medidas propuestas por Keynes para combatir las situaciones de recesión y crisis económicas fueron adoptadas por gobiernos de todo el planeta, pero ¿por qué tuvo Keynes tanto éxito durante este período?

Para responder a esta pregunta es necesario partir de la simple e inocente fórmula en la que se fundamenta el engorroso y complejísimo modelo keynesiano (más sobre la economía keynesiana, aquí: http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/2014/09/basics.htm). Así pues, la fórmula expresada como  DA=Y=C+I+G+(X-M) constituye la más elemental cimentación de la macroeconomía de Keynes. La demanda agregada o demanda global -o, si queremos, producción o PIB- es igual a la suma de los componentes consumo, inversión, gasto público y exportaciones netas- esto es, diferencia entre exportaciones e importaciones-. La fórmula no podría ser más sencilla. Si a esto únicamente le sumamos que para Keynes ninguna otra variable sino la demanda agregada es la que impulsa y estimula la actividad económica -algo que se deduce de la propia fórmula- y que de los dos grandes problemas identificables en la economía de su tiempo, desempleo e inflación, para él era el primero el más relevante, ya tenemos una muy básica e introductoria -aunque suficiente para la cuestión que nos concierne- noción de la visión keynesiana de la economía.

Según lo expuesto por Keynes, para impulsar la economía basta con estimular las variables que componen la fórmula de la demanda agregada: incrementar el consumo, vía disminución de la presión fiscal; la inversión, a través de una reducción de los tipos de interés; el gasto público, flexibilizando el presupuesto; y las exportaciones, por medio de una disminución del tipo de cambio. Por supuesto, esto traería consigo un notable incremento de la oferta monetaria, haciendo crecer la inflación; algo que, no obstante, estaría excusado y justificado por el aumento del empleo. Con esta sencilla receta se conseguiría, según Keynes, recuperar una situación de estabilidad en plena Depresión de los años 30, combatiendo y poniendo fin al desempleo, el gran enemigo de la economía keynesiana. 

Gobiernos de docenas de países a lo largo y ancho del globo llevaron a la práctica con relativo éxito las teorías que Keynes había dejado escritas sobre el papel décadas antes, plasmadas en obras extraordinariamente influyentes entre las que destaca, por encima de todas, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). Parecía que Keynes, partiendo de una fórmula irrisoriamente elemental, había encontrado una verdadera panacea, la solución a todos los problemas que en una economía se podían presentar, a través del mero incremento de la demanda agregada, de la producción y, en consecuencia, del empleo. De todo esto se desprende que para el economista británico desempleo e inflación no se pueden dar a la vez -si se incrementan los componentes de la demanda agregada, la inflación aumentaría, pero también lo haría el empleo, y justo lo contrario ocurriría a la inversa-.

Original aquí
La crisis del petróleo de 1973, sin embargo, lo cambió todo. Absolutamente todo. El modelo de Keynes, que propugnaba la incompatibilidad entre inflación y desempleo, había tocado fondo. El mundo se encontraba ahora inmerso en una situación radicalmente distinta, con unas elevadísimas tasas de desempleo que convivían con una inquietante y desalentadora inflación motivada no por una contracción de la demanda agregada, sino por una decisión exógena, no contemplada por la hasta cierto punto ingenua fórmula de Keynes: la de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de no exportar petróleo a los países que durante la Guerra de Yom Kipur habían apoyado a Israel -Estados Unidos, Reino Unido y Francia principalmente, aunque también a otros-. Las consecuencias fueron devastadoras: en tres años, el índice de precios al consumo (IPC) se había cuadriplicado en Estados Unidos, y el desempleo había pasado del 5,6% al 8,5%. Consecuencias muy parecidas tuvieron lugar en el resto de países sometidos a este embargo petrolífero.

Conviviendo ahora inflación y desempleo, las medidas keynesianas perdieron todo tipo de credibilidad, propiciando un nuevo giro de la economía en favor de propuestas de muy distinta naturaleza. La solución ya no pasaba por un incremento de la demanda agregada, que conduciría irremediablemente a alimentar aún más la alarmante situación inflacionaria, sino por mirar a nuevos -y al mismo tiempo viejos- horizontes, inclinándose más hacia las ideas liberales de economistas como Friedrich Hayek, que comenzaba ahora a adquirir la popularidad de la que Keynes -tanto vivo como muerto- no le había dejado disfrutar.

La reducción del gasto público y de los impuestos y la contracción de la oferta monetaria fueron algunas de las principales medidas que desde países como Estados Unidos con Ronald Reagan o Reino Unido con Margaret Thatcher se aplicaron para poner fin a la estanflación. Medidas que con más éxito que fracaso no han conseguido salvar el interminable debate al que se enfrenta la economía de los siglos XX y XXI: intervencionismo o libertad económica, Keynes o Hayek.

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